El 8 de diciembre del
2010, cerca de las 05:00 de la madrugada en la torre 5, ubicada en el cuarto
piso de la cárcel de San Miguel, en medio un clima de gran indiferencia, se produjo
un incendio que terminaría con la vida de 81 presos. Posteriormente, este hecho
sería considerado, en palabras del propio Mañalich (Ministro de Salud), como la
masacre carcelaria más grande ocurrida en Chile.
En un primer momento la
prensa burguesa hizo hincapié en que el incendio había sido causado por los
propios presos, en una especie de motín o riña entre ellos mismos. De esta
manera lograron disfrazar en cierta medida, lo brutal del hecho que estaba
ocurriendo: ¡81 personas se quemaban vivas al interior de una cárcel en la más
absoluta indiferencia! Hoy, ya no cabe ninguna duda acerca de la negligencia de
los gendarmes del penal, quienes debido a su reacción “tardía”, dejaron morir
quemados a 81 presos. En ningún momento se priorizó la vida de estos seres
humanos, sino que por el contrario, en todo momento se intentó acallar lo que
estaba ocurriendo y se hizo lo posible para mantener encerrados a los presos,
bajo el pretexto de que no intentaran “escapar”.
El argumento que se usa
comúnmente a favor de las cárceles, tiene relación con la idea de que éstas
cumplen una función de readaptación de los individuos, mediante la privación de
libertad. Se nos dice además, que los individuos que están en la cárcel, están
ahí porque violaron la ley y por lo tanto merecen un castigo, a fin de que
escarmienten: solo cumpliendo con su condena podrán recuperar su “libertad”.
Así, se dice, que no volverán a cometer más delitos o no realizarán actos que
atenten contra la “sociedad”, debido a que en la cárcel fueron “reeducados”
para “reinsertarse” en la vida social. Claramente, la “reinserción” oculta
silenciosamente, la idea que tiene el Estado de crear sujetos sumisos y dóciles,
que no cuestionen la propiedad privada, y que en ningún momento pongan en tela
de juicio la autoridad y el orden existente, es decir, la desigualdad social,
la miseria y la injusticia.
La masacre ocurrida en
la Cárcel de San Miguel solo da cuenta de las injusticias propias del
capitalismo, puesto que quienes murieron en dicho lugar, tenían una
característica en común: ser pobres. La marginalidad, el hacinamiento, el trato
indigno y vejatorio en que viven miles de presos a lo
largo y ancho de este territorio llamado Chile, y el hecho de que los penales
estén llenos de pobres no es una mera casualidad; muy por el contrario, esto es
una consecuencia lógica de una sociedad que segrega y empuja al total abandono
a miles de personas.
Mientras tanto, los empresarios acumulan cada vez más
riquezas, explotando a miles de trabajadores y trabajadoras, pagándoles sueldos
miserables o incluso enriqueciéndose al construir cárceles que el propio Estado
subsidia (las llamadas “cárceles concesionadas”).
Juan Rojas
Publicado en el n° 14 del periódico libertario "Solidaridad"
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