sábado, 15 de diciembre de 2012

La naturaleza de los cambios sociales del periodo (debate y perspectiva)

Los países latinoamericanos arrastramos desde hace décadas un modelo de producción de riqueza que ha significado dependencia económica y subordinación política. Se nos ha dicho que los patrones de especialización productiva por nación son necesarios, que los países poseen diversas ventajas comparativas dadas principalmente por “condiciones geográficas”, y luego por las capacidades sociales desarrolladas por el país. Con este tipo de argumentaciones y visiones  ideológicas se nos ha subordinado durante años a ser productores de materias primas.  Así cada país de la región ha sido caracterizado según su “especialización”; minero, petrolero, productor de soya, trigo o azúcar.  Y bueno, otros países en cambio, con otro patrón de especialización, por “diversas circunstancias históricas”, han sido productores de bienes de capital, con una alta inversión en capital fijo: producen automóviles, trenes, alta tecnología industrial, etc. Siendo así el desigual diseño de las ventajas comparativas de los países, es “lógico” y “razonable” que cada uno exporte aquellas mercancías que, por su “naturaleza” o por “su capital humano”, “están hechas” para producir. 

Aun así durante buena parte del siglo XX, por circunstancias “foráneas” vividas en los mercados internacionales, los países latinoamericanos ensayaron parcialmente la sustitución de aquellos bienes que históricamente se habían importado. Por primera vez en la región, de manera incipiente, se fabricaban autos, se producía línea blanca, bienes de capital, se habrían grandes industrias, se especializaban y promovían los conocimientos técnicos de los/as trabajadores/as, aumentaba el consumo interno y crecían los salarios, esto último de la mano de la fuerza colectiva de las organizaciones sindicales de ese tiempo, más que por el “progreso” económico. En una palabra se inauguraba en parte, este nuevo patrón de acumulación, nacido de condiciones muy particulares. Dicha transformación en las economías nacionales permitió la emergencia de una pequeña burguesía criolla con intereses en el país. Fueron alrededor de cuatro décadas donde el nacional desarrollismo desplegó un proceso de acumulación de riqueza, cruzado por crisis periódicas, pero capaz hasta cierto límite, de formular un programa que permitió congregar a sectores populares y sindicales bajo una perspectiva política coordinada desde los intereses de la burguesía nativa. Paralelo a esto, y como elemento central, esta fracción de la clase dominante construyó todo un edificio político, institucional al servicio de estos cambios productivos. 

Estos cambios y hondas transformaciones de la nación conocieron un desarrollo muy limitado. En el caso chileno, y al igual que otros países de la región, estas limitaciones en términos económicos, se debieron a que todo el desarrollo e incremento de la composición orgánica de capital (básicamente capital fijo, es decir maquinaria y tecnología), estuvo determinada por los niveles de crecimiento y de excedente generado de los sectores extractivos (materias primas), creando así un círculo vicioso entorno a los énfasis productivos del patrón de acumulación en desarrollo. Así, mientras el consumo crecía en bienes de capital (mercancías compuestas básicamente por capital fijo), los excedentes generados iban en sentido contrario, es decir, se dirigían al aumento productivo del sector extractivo, por ejemplo cobre en el caso chileno. A esta situación agreguémosle el hecho que hacía décadas que la gran burguesía imperialista no veía con buenos ojos el despliegue latinoamericano de una fracción de una burguesía criolla en ascenso, y sobre todo, el imperialismo debía poner freno a un sector no menor de trabajadores y de pueblo, que abría una alternativa popular, revolucionaria y productiva, proyectos de liberación nacional que, coherente con su naturaleza de clase finalmente dependiente, la burguesía nativa no iba a impulsar ni desarrollar.

De ahí que los procesos contrarrevolucionarios en el continente, vienen a resolver para el imperialismo dos elementos gravitantes: primero frenar el ascenso de la lucha masas, segundo, y como elemento un tanto olvidado hoy en día, remediar una pugna y tensión al interior de la burguesía, buscando “sanar” cuatro décadas de nacional desarrollismo y varias décadas de ascenso de las luchas populares. 

En qué situación nos encontramos hoy

A cuatro décadas de la agudización de la lucha revolucionaria y los consiguientes procesos contrarrevolucionarios, por un lado experimentamos el despliegue contradictorio y desigual del patrón de acumulación neoliberal en la región. Y por otro, las tensiones, contradicciones y perspectivas del campo popular, son tal vez, muy parecidas a los antiguos programas y sueños enarbolados por los trabajadores. 

Los países de la región seguimos dependiendo, en mayor o en menor medida, de las economías centrales o emergentes, en los dos casos, la arquitectura productiva sigue siendo débil. Las medidas draconianas de apertura siguen vigentes: reducción del gasto público, desprotección y demarcación de la industria nacional a través de las tasas arancelarias, congelaciones salarios, industria extractiva estéril y expoliadora, aumento de las tasas impositivas, etc. Medidas que a treinta años parecen haber llegado para quedarse, cosa que es insostenible, ya que la vida y la riqueza producida por un pueblo, tarde o temprano chocan con las fuerzas productivas de un periodo. Con esto se quiere decir, que un pueblo no puede vivir de un modelo de acumulación tan desequilibrado e improductivo como lo es el modelo basado en la producción primario exportador. Más aún cuando la extracción está en manos de grandes corporaciones transnacionales que producen según un patrón limitado a la expoliación de los recursos naturales y sociales sin mayor valor agregado, y fundado en la ciega y caótica ley de la acumulación por la acumulación. 

Crisis y el doble desafío

Actualmente diversos “commodities” estratégicos (materias primas) han sido los colchones fiscales para la mayoría de los países de la región. A partir de esta “bonanza” económica y de la “responsable” política fiscal nacida ideológicamente de este crecimiento (garantías macroeconómicas sustentadas en los excedentes de las materias primas), las consecuencias de la crisis económica no se han hecho sentir tan fuerte.  

De este hecho, diversos economistas han sobredimensionado nuevamente la importancia  macroeconómica de la producción de “commodities”. 

Ante esta operación ideológica, existen tres consideraciones fundamentales; la primera, es el hecho, como sosteníamos recién, que los países no pueden limitar su producción a la extracción de recursos naturales. Son fuentes limitadas, y peor aún, están controladas por empresas extranjeras,  sin ninguna política tributaria de resguardo y protección. Lo segundo, parte del auge de los commodities no se debe simplemente al alto consumo de algunos países emergentes, como es el caso de China o Brasil, sino a la especulación financiera que hay detrás de estos inflados precios. Y como tercer elemento, los llamados fondos de estabilización económica, o cultura de responsabilidad fiscal, se han alimentado de un largo periodo de recortes del gasto público en diversas prestaciones sociales, en vez de sustentarse en los impuestos progresivos a las empresas transnacionales, que nunca o de forma limitada, se han aplicado. 

Qué nos queda…

Retomar y reinventar el programa olvidado por la mayoría de los trabajadores y del pueblo consiste justamente en poder desarrollar y resolver estos gravitantes problemas país, representado en el agotamiento y limitado modelo de acumulación neoliberal.  Es claro el desafío que se nos presenta de superar la dependencia y el “atraso” económico que condena a los pueblos a estar anclados a una arquitectura productiva generadora de desigualdades, pero luego ¿quién desarrolla el país?, ¿en qué marco?, ¿bajo qué perspectiva,  qué sueños, qué programa?

Por ahora, a mi gusto, según el periodo no basta con saber que la dependencia económica debe llegar a su fin, sino también definir, según la experiencia heredada y  la actual, los actores sociales a quienes les corresponde coordinar dicha empresa. No con el propósito de modernizar el aparato productivo en manos de los empresarios, que piensan ciegamente en la acumulación por la acumulación de la riqueza social, sino con el objetivo de poder articular la transformación social y por tanto nacional que saque a los países de la región del atraso e inferioridad económica, con una perspectiva social más honda, de mayor aliento,  que logre instalar al interior del campo popular no sólo el debate sobre la naturaleza de las transformaciones de la etapa, si no mas bien la disputa programática cuerpo a cuerpo, a la idea  que; ¡la estructura dependiente y esquelética de la economía local no pude ser resuelta en el marco de la acumulación capitalista!. 

En este sentido la formación social capitalista de la economía chilena, sólo puede ser superada y resuelta en el desarrollo de una estrategia política sumergida y anclada en el imaginario socialista. Esto significa dejar a un lado el imaginario político que plantea la posibilidad  de un camino nacional-democrático, donde el Estado sea locomotora productiva y política de los cambios sociales, tanto así la anquilosada idea de que la burguesía local cumpla todavía un papel revolucionario en el escenario de las transformaciones sociales del país. Frente a esta idea sostenida desde los partidos reformistas, es siempre necesario y urgente construir la alternativa social y por tanto política  de un programa  cuyo horizonte sostenga la idea que; toda reforma al modelo implica necesariamente una ruptura profunda con este. 

Con esto sostenemos la histórica lección de que; bajo las características políticas de los países capitalistas dependientes, pensar cualquier reforma que implique la modificación parcial aunque sustancial al patrón de acumulación neoliberal, involucra y demanda una etapa de lucha mayor o superior, por el desarrollo de un camino ininterrumpido de conquistas y luchas sociales defendidas ideológicamente por los trabajadores y el pueblo.  Anclada esta última en una perspectiva revolucionaria de impulsar y articular las tareas del periodo, con las tareas de la revolución socialista. Cuya dimensión y profundidad programática pueden resolver genuinamente el problema de la dependencia. 

Y es el hecho real que Chile y el resto de las países del continente sólo pueden lograr refinar o comenzar una cadena de valorización agregada eventualmente de sus recursos naturales en el marco de una economía en disputa, donde su futuro dependa de su socialización o de la apropiación individual de la riqueza social producida, cuyos protagonistas sean los contendores históricos;  de un lado los trabajadores, y del otro la burguesía y el estado. Enfrentamiento que involucra necesariamente el acenso dinámico de la lucha de clases, y por tanto la construcción efectiva de alternativa de poder, del fortalecimiento del poder popular, genuina locomotora social, no sólo de las transformaciones del periodo, sino de la realización política del programa emancipador del proletariado; el socialismo libertario.  

¡A compartir y señalar un camino de lucha!

¡Arriba los y las que luchan!


Arturo López

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