Los países
latinoamericanos arrastramos desde hace décadas un modelo de producción de riqueza que ha significado dependencia económica y subordinación política. Se nos ha
dicho que los patrones de especialización productiva por nación son necesarios, que los países poseen diversas ventajas comparativas dadas
principalmente por “condiciones geográficas”, y luego por las capacidades
sociales desarrolladas por el país. Con este tipo de argumentaciones y
visiones ideológicas se nos ha
subordinado durante años a ser productores de materias primas. Así cada país de la región ha sido
caracterizado según su “especialización”; minero, petrolero, productor de soya,
trigo o azúcar. Y bueno, otros países en
cambio, con otro patrón de especialización, por “diversas circunstancias
históricas”, han sido productores de bienes de capital, con una alta inversión
en capital fijo: producen automóviles, trenes, alta tecnología industrial, etc.
Siendo así el desigual diseño de las ventajas comparativas de los países, es
“lógico” y “razonable” que cada uno exporte aquellas mercancías que, por su
“naturaleza” o por “su capital humano”, “están hechas” para producir.
Estos cambios y
hondas transformaciones de la nación conocieron un desarrollo muy limitado. En
el caso chileno, y al igual que otros países de la región, estas limitaciones
en términos económicos, se debieron a que todo el desarrollo e incremento de la composición orgánica de capital (básicamente capital fijo, es decir
maquinaria y tecnología), estuvo determinada por los niveles de crecimiento y de
excedente generado de los sectores extractivos (materias primas), creando así
un círculo vicioso entorno a los énfasis productivos del patrón de acumulación
en desarrollo. Así, mientras el consumo crecía en bienes de capital (mercancías
compuestas básicamente por capital fijo), los excedentes generados iban en
sentido contrario, es decir, se dirigían al aumento productivo del sector
extractivo, por ejemplo cobre en el caso chileno. A esta situación agreguémosle
el hecho que hacía décadas que la gran burguesía imperialista no veía con
buenos ojos el despliegue latinoamericano de una fracción de una burguesía
criolla en ascenso, y sobre todo, el imperialismo debía poner freno a un sector
no menor de trabajadores y de pueblo, que abría una alternativa popular,
revolucionaria y productiva, proyectos de liberación nacional que, coherente
con su naturaleza de clase finalmente dependiente, la burguesía nativa no iba a
impulsar ni desarrollar.
De ahí que los
procesos contrarrevolucionarios en el continente, vienen a resolver para el
imperialismo dos elementos gravitantes: primero frenar el ascenso de la lucha
masas, segundo, y como elemento un tanto olvidado hoy en día, remediar una
pugna y tensión al interior de la burguesía, buscando “sanar” cuatro décadas de
nacional desarrollismo y varias décadas de ascenso de las luchas populares.
En
qué situación nos encontramos hoy
A cuatro décadas
de la agudización de la lucha revolucionaria y los consiguientes procesos
contrarrevolucionarios, por un lado experimentamos el despliegue contradictorio
y desigual del patrón de acumulación neoliberal en la región. Y por otro, las
tensiones, contradicciones y perspectivas del campo popular, son tal vez, muy
parecidas a los antiguos programas y sueños enarbolados por los trabajadores.
Los países de la
región seguimos dependiendo, en mayor o en menor medida, de las economías
centrales o emergentes, en los dos casos, la arquitectura productiva sigue
siendo débil. Las medidas draconianas de apertura siguen vigentes: reducción
del gasto público, desprotección y demarcación de la industria nacional a
través de las tasas arancelarias, congelaciones salarios, industria extractiva
estéril y expoliadora, aumento de las tasas impositivas, etc. Medidas que a
treinta años parecen haber llegado para quedarse, cosa que es insostenible, ya
que la vida y la riqueza producida por un pueblo, tarde o temprano chocan con
las fuerzas productivas de un periodo. Con esto se quiere decir, que un pueblo
no puede vivir de un modelo de acumulación tan desequilibrado e improductivo
como lo es el modelo basado en la producción primario exportador. Más aún
cuando la extracción está en manos de grandes corporaciones transnacionales que
producen según un patrón limitado a la expoliación de los recursos naturales y sociales
sin mayor valor agregado, y fundado en la ciega y caótica ley de la acumulación
por la acumulación.
Crisis
y el doble desafío
Actualmente diversos “commodities”
estratégicos (materias primas) han sido los colchones fiscales para la mayoría
de los países de la región. A partir de esta “bonanza” económica y de la
“responsable” política fiscal nacida ideológicamente de este crecimiento
(garantías macroeconómicas sustentadas en los excedentes de las materias
primas), las consecuencias de la crisis económica no se han hecho sentir tan
fuerte.
De este hecho,
diversos economistas han sobredimensionado nuevamente la importancia macroeconómica de la producción de
“commodities”.
Ante esta
operación ideológica, existen tres consideraciones fundamentales; la primera,
es el hecho, como sosteníamos recién, que los países no pueden limitar su
producción a la extracción de recursos naturales. Son fuentes limitadas, y peor
aún, están controladas por empresas extranjeras, sin ninguna política tributaria de resguardo
y protección. Lo segundo, parte del auge de los commodities no se debe
simplemente al alto consumo de algunos países emergentes, como es el caso de
China o Brasil, sino a la especulación financiera que hay detrás de estos
inflados precios. Y como tercer elemento, los llamados fondos de estabilización
económica, o cultura de responsabilidad fiscal, se han alimentado de un largo
periodo de recortes del gasto público en diversas prestaciones sociales, en vez
de sustentarse en los impuestos progresivos a las empresas transnacionales, que
nunca o de forma limitada, se han aplicado.
Qué nos queda…
Retomar y
reinventar el programa olvidado por la mayoría de los trabajadores y del pueblo
consiste justamente en poder desarrollar y resolver estos gravitantes problemas
país, representado en el agotamiento y limitado modelo de acumulación
neoliberal. Es claro el desafío que se
nos presenta de superar la dependencia y el “atraso” económico que condena a
los pueblos a estar anclados a una arquitectura productiva generadora de
desigualdades, pero luego ¿quién desarrolla el país?, ¿en qué marco?, ¿bajo qué
perspectiva, qué sueños, qué programa?
Por ahora, a mi
gusto, según el periodo no basta con saber que la dependencia económica debe
llegar a su fin, sino también definir, según la experiencia heredada y la actual, los actores sociales a quienes les
corresponde coordinar dicha empresa. No con el propósito de modernizar el
aparato productivo en manos de los empresarios, que piensan ciegamente en la
acumulación por la acumulación de la riqueza social, sino con el objetivo de
poder articular la transformación social y por tanto nacional que saque a los
países de la región del atraso e inferioridad económica, con una perspectiva
social más honda, de mayor aliento, que
logre instalar al interior del campo popular no sólo el debate sobre la
naturaleza de las transformaciones de la etapa, si no mas bien la disputa
programática cuerpo a cuerpo, a la idea
que; ¡la estructura dependiente y esquelética de la economía local no
pude ser resuelta en el marco de la acumulación capitalista!.
En este sentido
la formación social capitalista de la economía chilena, sólo puede ser superada
y resuelta en el desarrollo de una estrategia política sumergida y anclada en
el imaginario socialista. Esto significa dejar a un lado el imaginario político
que plantea la posibilidad de un camino
nacional-democrático, donde el Estado sea locomotora productiva y política de
los cambios sociales, tanto así la anquilosada idea de que la burguesía local cumpla
todavía un papel revolucionario en el escenario de las transformaciones
sociales del país. Frente a esta idea sostenida desde los partidos reformistas,
es siempre necesario y urgente construir la alternativa social y por tanto política
de un programa cuyo horizonte sostenga la idea que; toda
reforma al modelo implica necesariamente una ruptura profunda con este.
Con esto
sostenemos la histórica lección de que; bajo las características políticas de
los países capitalistas dependientes, pensar cualquier reforma que implique la
modificación parcial aunque sustancial al patrón de acumulación neoliberal, involucra
y demanda una etapa de lucha mayor o superior, por el desarrollo de un camino ininterrumpido
de conquistas y luchas sociales defendidas ideológicamente por los trabajadores
y el pueblo. Anclada esta última en una perspectiva
revolucionaria de impulsar y articular las tareas del periodo, con las tareas
de la revolución socialista. Cuya dimensión y profundidad programática pueden
resolver genuinamente el problema de la dependencia.
Y es el hecho
real que Chile y el resto de las países del continente sólo pueden lograr
refinar o comenzar una cadena de valorización agregada eventualmente de sus
recursos naturales en el marco de una economía en disputa, donde su futuro
dependa de su socialización o de la apropiación individual de la riqueza social
producida, cuyos protagonistas sean los contendores históricos; de un lado los trabajadores, y del otro la
burguesía y el estado. Enfrentamiento que involucra necesariamente el acenso
dinámico de la lucha de clases, y por tanto la construcción efectiva de
alternativa de poder, del fortalecimiento del poder popular, genuina locomotora
social, no sólo de las transformaciones del periodo, sino de la realización política
del programa emancipador del proletariado; el socialismo libertario.
¡A compartir y señalar un camino de lucha!
¡Arriba los y las que luchan!
Arturo López
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