jueves, 26 de abril de 2012

El carácter de las transformaciones sociales en Chile ante un nuevo 1º de Mayo [Suplemento "solidaridad" 1°mayo 2012]



Seguramente, de vivir en este tiempo, las figuras más ilustres del movimiento obrero estarían esmeradas, sin perder aún las esperanzas, en fortalecer la organización de las y los trabajadores con el objeto de hacer frente a las barbaridades del actual sistema económico, político y social del país. Injusticias que aquejan cada vez más a un pueblo cansado, aburrido de las traiciones de sus dirigentes, desconfiado de la clase política, pero con poca claridad para dirigir esa rabia acumulada, esa que aparece cuando salimos del trabajo después de una extensa jornada y tomamos el metro lleno de gente igual que nosotros. O cuando, peor aún, recibimos con nerviosismo la liquidación de sueldo que nos recuerda nuevamente lo injusto de esta sociedad.

La burguesía, con su política económica mundial, no da luces de ceder ante las presiones que surgen en todos los rincones del planeta, en países de primera y de segunda, donde las y los trabajadores sienten con marcada intensidad los efectos del desastre que significa vivir en el capitalismo. Y es que el actual panorama, aunque marcado por el surgimiento de sectores obreros cada vez más molestos, más radicales en su accionar, no parece inclinar la balanza para el lado proletario.

Enfocándonos en Chile, basta con hojear algunos diarios, escuchar algunas declaraciones de políticos connotados o grandes patrones, para darse cuenta que hace mucho tiempo que la línea política de la burguesía es procurar por cualquier medio que nuestro país se mantenga como una cantera de materias primas, cuyo patrón de especialización productiva debe ser primario exportador y su principal pilar la extracción de cobre. Con esta estrategia de acumulación, y acompañado de una mano de hierro ante quien ose plantear lo contrario, las clases dominantes han asegurado mantener su dominación sobre un pueblo que recibe las sobras del banquete que se dan los grandes grupos económicos, los cuales regulan para sí las leyes del trabajo, de la política y de las necesidades más básicas de todo ser humano como son la salud, la vivienda, la educación, etc.

Aún así, las últimas movilizaciones sociales han marcado un punto de inflexión en el desarrollo de una política obrera que de respuestas adecuadas al momento que vivimos. Para esto es necesario buscar las claves que permitan al proletariado chileno y a sus organizaciones sociales y políticas, concretar tareas y trazar el camino que lo libere de las condiciones actuales. En este marco es que trataremos de exponer algunas consideraciones que aporten al debate dentro de las organizaciones sindicales de base, los sectores clasistas y los revolucionarios.

Sin la clase trabajadora no hay cambios posibles

 Durante este último tiempo, las diversas movilizaciones han estado marcadas por una particular visión del “sujeto” protagonista de las transformaciones sociales, donde han sido principalmente los sectores reformistas quienes han promovido la figura del “ciudadano” como el nuevo representante del descontento popular. Un sujeto que no pertenece a ninguna clase social en particular, y que, motivado por hacer cumplir los derechos que el Estado le ha ofrecido, reclama justicia dentro de los márgenes de la legalidad, del respeto a la propiedad privada, de la paz social, etc. Esta figura amorfa, en la práctica representa una visión política e ideológica burguesa que solo contribuye en confundir a la clase trabajadora, ya que plantea que ya no existen las clases sociales y, por tanto, tampoco tiene sentido la “vieja” idea de enfrentamiento entre clases. El dirigente de la asamblea ciudadana de Aysén, Iván Fuentes, tuvo las palabras más certeras para describir esta idea cuando, en medio de la convulsión social, declaró a los medios “¿Por qué los humildes deben odiar a los ricos? ¿Y por que los ricos se distancian de los pobres?, ¿Es que acaso no nos necesitamos? Nosotros necesitamos el capital, bienvenido el capital a Chile, bienvenido el capital a la Patagonia... pero con dos cosas importantes, respeto al entorno... y respeto a los lugareños”. Nada más preciso. Claro que las y los trabajadores necesitamos al capital, pero no precisamente por una decisión voluntaria. Al contrario de lo dicho por el connotado dirigente, la clase trabajadora está sometida a una dictadura que nos obliga a vender nuestra fuerza por un salario para no morir de hambre. Es tan grande la atadura, que nuestra vida depende de ello. La contradicción fundamental del capitalismo reside en este simple hecho: las y los trabajadores somos el motor principal de este sistema. Así lo entendieron los obreros de EE.UU. en la huelga de Chicago, y por haber llegado a ese entendimiento es que fueron ahorcados sus dirigentes.
  ¿Ha quién conviene entonces la paz social, la convivencia entre clases antagónicas, la amistad entre patrones y obreros? ¿Por qué resultan ser tan atractivos para las clases dominantes, los discursos ciudadanos?

 A nuestro entender, la idea de desplazar a las y los trabajadores como sujeto revolucionario, estratégico por su posición dentro la sociedad, no es más que el fomento de una política de conciliación que persigue mantener el actual estado de cosas, asegurando de esta manera que los procesos de cambio al sistema político y social no pierdan la supervisión de las clases dominantes.

No queremos decir con esto que, por ejemplo, que las luchas de los estudiantes, pobladores u otros sectores sociales sean menos importantes que las luchas obreras, sino que es preciso reconocer que para realizar cualquier transformación radical de la sociedad, son las y los trabajadores quienes deberán tomar el control del asunto, junto al resto del pueblo, puesto que son quienes, desde el lugar de trabajo, llenan de riquezas los bolsillos de los poderosos y por tanto pueden poner en jaque el modelo de acumulación.

 La debilidad de las organizaciones de trabajadores 

Para nadie es un misterio que en Chile las y los trabajadores somos débiles como fuerza organizada. La baja afiliación sindical, sumada a la falta de representatividad de las organizaciones existentes, entre otros factores, no nos ha permitido realizar prácticamente ninguna transformación importante en el último período. Las direcciones de las tres principales centrales sindicales están completamente entregadas a la política de las clases dominantes, haciéndose al lado de la responsabilidad que merecen sus cargos, traicionando permanentemente a las pocas bases que los siguen, que por cierto se componen en su mayoría de trabajadores del sector público. La última gracia de la dirigencia de la CUT y sus socios de la CPC es un reflejo perfecto de esta política entreguista (para mas detalles se puede revisar en internet el llamado “Acuerdo CPC-CUT” firmado durante febrero de este año).

 Pero el problema trasciende a las puras centrales y ha ido calando en un amplio espectro de organizaciones, presas de los males del sindicalismo clásico desde el momento en que la “máquina” atrapa las buenas intenciones, perdiendo el norte de las limitaciones y posibilidades de la herramienta sindical. Burocracia y sectarismo. Ese es el resultado de la comodidad propia de estar en un cargo sindical.

 Si hacemos el simple ejercicio de preguntar a un trabajador cualquiera qué es lo que piensa de los sindicatos, su primera y significativa respuesta es que “se arreglan ellos mismos”. Pero la sabiduría obrera es más certera aún, cuando reconoce que, a pesar de todo, necesitamos organizarnos y defendernos. Por cierto que esto no quiere decir que no sirvan los sindicatos. El problema son las décadas de un sindicalismo pasivo, conciliador y adormecido.

 Con este dilema a cuestas, muchos sectores honestos se han partido la cabeza para subsanar el estado actual de las organizaciones sindicales, buscando herramientas que permitan aumentar la democracia de base, la participación y la autonomía, al mismo tiempo que se va descifrando la manera de unificar lo que hay, en una organización de carácter superior que represente genuinamente los intereses de nuestra clase.

 Y es que considerar que la centralización se resuelve únicamente con la burocracia, implica sustentar la tesis burguesa que la centralización es la función específica de cierta capa de dirigentes; sin embargo las y los trabajadores han resuelto, a lo largo de sus luchas, el problema de la centralización de manera totalmente distinta; la respuesta obrera es la democracia directa, la elección de delegados revocables, a lo que se suma la celebración de congresos periódicos y la consulta permanente de los delegados a la asamblea. La implementación de la democracia obrera rompe con la lógica de la relación social fundamental del capital, lo que potencia el desarrollo de la conciencia de las y los trabajadores hacia un horizonte de transformación.

Aún cuando no haya quien pueda recetar el remedio para esta enfermedad, es imprescindible hacer el máximo esfuerzo por romper estos vicios con una política sincera, abierta, transparente, buscando los espacios donde confluyan las diversas experiencias del mundo sindical.

 La unidad de la clase trabajadora y el movimiento popular

 El actual contexto social ha generado la inquietud de algunas organizaciones sindicales de crear puentes con otros actores que permitan, en un primer momento, romper el aislamiento sectorial. Ello se ha expresado, por una parte, en la vinculación con demandas de otros sectores a través de la solidaridad activa con dichos conflictos, y por otra, a partir de convocatorias que permitan articular un discurso común frente al modelo y sus consecuencias en el mundo del trabajo, iniciativas que en general son promovidas desde el activo político inserto en dichas organizaciones.

 Es necesario concordar que dicha inquietud y sus expresiones concretas de articulación son justas, sin embargo para lograr avanzar es necesario recordar y dar cuenta de las experiencias pasadas. Para nadie es desconocido que existe una franja de dirigentes y trabajadores clasistas que en el discurso logran posicionar las problemáticas laborales como producto de las contradicciones del modelo, que promueven la movilización como mecanismo de solución de los conflictos y propagan un modelo de sindicalismo democrático; sin embargo la realidad sindical chilena nos muestra que dichas expresiones no han sido capaces de atravesar la dura coraza que le impone su misma organización, lo que se manifiesta en la incapacidad de sumar a sus bases sindicales a procesos más avanzados; retrasándose en consecuencia la posibilidad de dar pasos concretos en la unidad de dichas expresiones clasistas.

 Esta realidad adversa se expresa en un sinnúmero de experiencias de articulación sindical fracasadas en los últimos 20 años; surgiendo otras, que aun siendo legítimas, corren el riesgo de ser una experiencia más de las tantas. Dicho de otra forma, el fondo del problema no es cuantas veces el activo sindical diagnóstica la realidad, sino darse cuenta porqué teniendo un diagnóstico correcto somos incapaces de generar una propuesta de mayorías.

 Con todo, ningún esfuerzo debe ser menospreciado ni dejado de lado mientras tenga como orientación el revertir definitivamente esta situación, recuperando los métodos clásicos de la lucha obrera: la huelga, el sabotaje, la acción directa de masas.

 Muy al contrario de lo que piensan algunos, hay voluntades concretas de romper con la burocracia y el sectarismo. Un ejemplo tragicómico, fue un seminario organizado en la ciudad de Los Andes por el Sindicato Unificado de CODELCO hace unos meses atrás, el cual trataba el problema de las AFP. Con el merecido respeto que tiene una iniciativa de esas características, hubo un hecho que a muchos de los asistentes causo risa. Luego de entusiastas discursos que daban cuenta de la crueldad y brutalidad del modelo de las AFP, en torno al cual existía un rechazo general entre los asistentes, se le concedió la palabra a un orador de esos que da gusto escuchar, de esos que te animan a salir de cualquier catástrofe con la frente en alto. En el momento pick de su discurso, cuando bastaban unas palabras para llamar al pueblo a la calle, su conclusión fue: “…por eso compañeros, es urgente presentar un proyecto de ley en el Parlamento”. Al contrario del camino propuesto, con certeza podríamos decir que la mayoría de los asistentes no esperaban un proyecto de ley para resolver el dilema de las AFP, sino el enérgico llamado a una huelga que pusiera en jaque a la clase dominante. Está claro que para esto faltan varios aspectos aún por desarrollar, y por cierto que nadie de los asistentes se fue del lugar sin sacar buenas lecciones.

 Lo que está claro es que es urgente avanzar en tareas concretas a nivel sindical, que permitan articular una fuerza capaz de doblar la mano a la burguesía por medio de la lucha. Sin embargo es imprescindible que para esto se deje de lado el sectarismo de la política mezquina, la parafernalia y el bluf de quién es más verdaderamente “clasista y combativo”. Es urgente sincerar, en un diálogo fraterno, la verdadera condición orgánica y política en que cada sector se encuentra, con cuantos contamos, cuanta fuerza y voluntad aporta cada uno a la titánica tarea de agruparse de una vez por todas en una Central Sindical abiertamente Anticapitalista, que conduzca los procesos actuales hacia la emancipación y no hacia la pasividad.

 Nuestro horizonte, el comunismo libertario

 Las actuales condiciones económicas, el carácter dependiente de nuestro país al imperialismo, así como el blindaje del sistema político e institucional, exigen la articulación de un movimiento popular fuerte y consciente de sus capacidades políticas. Los sindicatos como parte de esta articulación social, así como otras organizaciones reivindicativas requerirán de cambios y reformas que les permitan ganar espacios al mismo tiempo que se acumulan las fuerzas necesarias para desafíos mayores, siempre que sepa conectarse la reivindicación concreta con un horizonte revolucionario. Sin embargo dicha estrategia tiene un límite que las y los trabajadores deben conocer.

A nuestro parecer no basta con saber que la dependencia económica debe llegar a su fin, ni tampoco que el actual modelo económico es injusto y debe cambiar. Las transformaciones necesarias para el bienestar social no pueden tener sólo por objeto el propósito de modernizar el aparato productivo en manos de los empresarios (los cuales por cierto no dejan de pensar ciegamente en acumular cada vez más riquezas), ni tampoco solo “profundizar la democracia”, sino que deben apuntar a poder articular un proceso que saque a nuestro pueblo del hoyo en que se encuentra. La clave de este asunto radica en que las contradicciones sociales no pueden ser resueltas en el marco de la acumulación capitalista.

La formación social capitalista de la economía chilena, sólo puede ser superada y resuelta en el desarrollo de una estrategia política que tenga por objetivo la lucha por el socialismo. Esto significa dejar a un lado la idea política que plantea la posibilidad de un camino nacional-democrático, donde el Estado sea locomotora productiva y política de los cambios sociales. Al mismo tiempo hay que desechar la anquilosada idea de que la burguesía local pueda cumplir un papel revolucionario en el escenario de las transformaciones sociales del país. Frente a esta idea sostenida desde los partidos reformistas, es urgente construir la alternativa social y política que entienda que toda reforma al modelo implica necesariamente una ruptura profunda con éste.

 Con esto sostenemos la histórica lección de que bajo las características políticas de los países capitalistas dependientes, pensar cualquier reforma que implique la modificación parcial -aunque sea sustancial- al patrón de acumulación neoliberal, involucra y demanda una etapa de lucha mayor que debe ser defendida ideológicamente por amplios sectores del pueblo. En otras palabras, resolver el problema de nuestra dependencia requiere articular las luchas concretas del período con tareas de largo aliento, con tareas revolucionarias.

La “vía chilena al socialismo” resultó ser, con todo, un desarme ideológico y orgánico de las y los trabajadores. Y es que el principal obstáculo para los cambios al sistema político y económico (como un nuevo modelo desarrollista) no reside ni el carácter “atrasado” de la economía, ni en la pobreza de nuestros países, sino en sus estructuras sociales. Las clases dominantes preferirán reventar el mundo antes que desaparecer del escenario de la historia y por tanto, en la práctica, no están interesadas para nada en terminar con el actual modelo de acumulación neoliberal.

 Las clases poseedoras son incapaces de liderar un proceso de independencia y soberanía regional. Las y los trabajadores en cambio son los únicos sujetos que pueden organizar los horizontes políticos e ideológicos de transformación revolucionaria de la sociedad; capaces de nacionalizar y socializar industrias estratégicas para el pueblo, ampliar su cadena productiva, elaborando, refinando y complejizando el sistema productivo y de distribución de la riqueza social. Pero sobre todo, avanzado en materia de control y participación popular en dichos emprendimientos.

 Por cierto que estas aspiraciones involucran necesariamente un acenso prolongado de la lucha de clases, con la clase trabajadora a la cabeza, y por tanto la construcción efectiva de alternativa de poder, del fortalecimiento del poder popular como la única locomotora de transformación social, no sólo de las luchas anti imperialistas y nacionales del período, sino de la realización política del programa emancipador de la clase trabajadora y los sectores oprimidos: el comunismo libertario.

 La articulación de la izquierda de intención revolucionaria como alternativa política concreta debe contemplar estos aspectos, con las organizaciones populares como corazón y pulmón de la acción política, preparando a sus cuadros desde ya para esos procesos y comprendiendo que cualquier avance debe ser conquistado al calor de la lucha, en la discusión fraterna y con la convicción profunda de construir una sociedad que ponga fin a la explotación y al capitalismo.

 ¡Por el Socialismo y la Libertad!
  ¡Arriba las y los que Luchan!

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