Sujeto de cambio, clase y territorio
Si queremos tener posibilidades de éxito frente al bloque dominante, la tarea principal es construir el movimiento popular capaz de hacer naufragar el modelo neoliberal, de desarticular las expresiones políticas de la clase dominante y de hacer frente con éxito a cualquier intento de recomposición por su parte. Y dotarnos de las herramientas políticas para contribuir a ese crecimiento del pueblo chileno organizado.
Conflicto social y territorio
En los últimos meses hemos sido testigos de la expresión de demandas comunitarias, multisectoriales, en distintos puntos de nuestro país, que dentro de su diversidad se han caracterizado por una articulación similar con el territorio, consiguiendo altos niveles de aceptación y generando capacidad de presión frente al Estado central.
Todo conflicto social se despliega en un tiempo y en un espacio determinados. Este último eje, el espacial, ha determinado ciertas características de las movilizaciones regionales que han sacudido el país. En este artículo trataremos de hacer nuestra contribución al debate actual en el seno de la izquierda en torno a la naturaleza de dichas movilizaciones y las potencialidades de la construcción territorial de cara al crecimiento y desarrollo de las fuerzas populares.
Vamos a partir señalando algunos hechos que, relacionados con lo territorial, creemos que son claves para comprender la génesis y el desarrollo de los diferentes procesos de protesta regionales:
a) La gestión política está extremadamente centralizada y tiene poca flexibilidad. La estructura de toma de decisiones del Estado chileno, por su carácter escasamente descentralizado, es poco funcional para procesar y asimilar las necesidades regionales. No existe una mediación efectiva entre las comunidades y el Estado más allá del nivel municipal. Los gobiernos regionales no son de elección popular, sino nominados por el gobierno central. Al gestionarse desde Santiago los asuntos de regiones, con las distorsiones que ello conlleva, se abre una brecha de legitimidad y se extiende la sensación de abandono.
b) Centralización del manejo y distribución de los beneficios. También el manejo y la distribución de los beneficios está centralizada. La riqueza se produce en la periferia, se gestiona desde el centro y una parte de los beneficios se queda en los sectores altos de Santiago y otra va hacia el exterior. Pero muy poco queda en las comunidades donde se produce, que sin embargo son víctimas de la inflación y de la contaminación. No hay apenas inversiones productivas, de transformación o de infraestructura que acompañen a los emprendimientos primarios ni fuentes de empleo que no estén ligadas directa o indirectamente con la extracción (sea de mineral, de gas, de madera) o la producción agropecuaria, ni fórmulas que garanticen que una parte de las enormes utilidades obtenidas revierta en las comunidades donde se producen. Las vías de transporte, los centros de salud, las instituciones educativas, la provisión de bienes de primera necesidad… apenas mejoran con el “dinamismo económico regional”.
c) Socialización de las demandas. Se trata de espacios geográficos relativamente pequeños, con una estructura socioeconómica compartida, un amplio sentido de pertenencia comunitaria y de identidad y altos niveles de conocimiento mutuo que facilitan la elaboración de demandas intersectoriales de manera efectiva y facilitan la socialización rápida de las reivindicaciones. Al tratarse de demandas asumidas como propias por la mayoría social, como propias del conjunto de la comunidad, la capacidad de presión frente al interlocutor -visualizado como exterior a la propia comunidad- se incrementa, así como la capacidad de resistencia. Se acelera la conformación de un “nosotros” sólido, imprescindible para la viabilidad de cualquier proceso de lucha.
d) Capacidad de presión. El carácter periférico de la producción y centralizado de la distribución, debido al despliegue asimétrico y extremadamente concentrado de la población, junto a la geografía angosta de nuestro país, marcan las posibilidades de presión para la consecución de los objetivos: el corte de las rutas por donde se traslada el producto, el paro y la movilización multitudinaria con ocupación de la vía pública. Ese es el modo en que la voz de la periferia nacional puede hacerse valer: causando interferencias en la producción y en la distribución de productos estratégicos dentro del modelo primario-exportador y generando hechos políticos mediante la ocupación permanente del espacio público, rompiendo así el bloqueo informativo de los monopolios de la comunicación y permitiendo transmitir el contenido de los petitorios a la opinión pública nacional.
El carácter de clase de las movilizaciones
La debilidad de las organizaciones de clase de los trabajadores, que recién se están rearticulando, con dos pasitos adelante y uno atrás, aun sufriendo las consecuencias del fuerte impacto que ha supuesto la imposición del neoliberalismo y su consiguiente desarticulación del tejido legislativo, productivo, cultural y social sobre el que se asentaba su poder, está ligada íntimamente, retroalimentándose, con otra debilidad: la de sus expresiones políticas.
Esta correlación de fuerzas desfavorable ha supuesto que en las movilizaciones de los últimos meses se manifiesten posiciones interclasistas y que la dirección política sigan ostentándola sectores reformistas del bloque dominante, aunque estén comenzando a aparecer signos interesantes, de los que luego hablaremos, que denotan un deterioro en su hegemonía prácticamente absoluta desde el golpe militar en adelante.
Se trata de movilizaciones interclasistas por los actores en presencia, la composición social y la hegemonía política en su seno, pero que al mismo tiempo tienen una fuerte carga de clase en su interpelación al modelo extremadamente monopolista y centralizado con predominio del capital financiero instalado por la dictadura y profundizado por la Concertación.
Chile se ha configurado, así, como una economía primaria volcada hacia la exportación, extremadamente abierta, con una fuerte penetración del imperialismo en alianza con la oligarquía nacional, donde tanto el capital financiero como los grandes grupos económicos monopolistas obtienen altas rentabilidades mientras que las capas medias y los trabajadores, incluyendo los de los sectores que producen más utilidades, ven pasar el crecimiento de costado y se ven obligadas a endeudarse para acceder tanto a artículos y bienes de consumo como a lo que deberían ser, en una sociedad justa, derechos sociales garantizados por el fruto del trabajo colectivo (educación, salud, vivienda, transporte urbano).
El gran capital transnacional, la oligarquía y sus testaferros políticos son los únicos que objetivamente tienen motivos para aferrarse con uñas y dientes a este modelo, en tanto que el resto de clases y capas sociales, en menor o mayor grado, se ven lesionadas en sus intereses. Esas son las capas que están empezando a expresar multitudinariamente su malestar en las calles.
Lo viejo y lo nuevo en el movimiento popular
Ha cobrado fuerza, al calor de las movilizaciones del 2011 y lo que llevamos de 2012, el cuestionamiento de la lógica del mercado como única forma de asignar recursos, el cuestionamiento del monopolio de la fuerza por parte del Estado, la masividad de las movilizaciones, la unidad en la lucha, el creciente protagonismo popular, el quiebre con la lógica individualista y subsidiaria en las demandas, el descrédito de la política tradicional (de consensos entre elites a espalda del pueblo) y la forja progresiva de una conciencia colectiva antineoliberal y democrática, que se va abriendo paso entre nuestro pueblo poniendo a Chile en hora con el continente.
No es extraño que esto suceda, teniendo en cuenta que Chile no se diferencia demasiado (si acaso, en la radicalidad con que aquí se operaron los cambios y su carácter pionero) de otros países de Nuestra América que sufrieron los embates de la ofensiva neoliberal durante los 80 y 90. Tampoco es extraño que se quiera extrapolar a nuestro país recetas tomadas de otros procesos que se están viviendo en Sudamérica. El atractivo es innegable, pues se sabe que anima más un solo ejemplo que veinte quimeras, también son comprensibles las ganas de poner punto final al neoliberalismo que tanto nos ha esquilmado en todos los órdenes. Pero nunca es positivo copiar acríticamente, sino tomar lo que sirva y desechar lo que no. Para trazar una hoja de ruta adecuada a nuestra realidad nacional, es preciso acometer un análisis realista de cuál es la situación en la que nos encontramos.
Dónde estamos
Partamos reconociendo un hecho. El mundo popular, debido a los cambios estructurales provocados por el neoliberalismo, es un sujeto fragmentado en extremo, eso es innegable y ya lo hemos señalado anteriormente. También hemos reconocido las potencialidades que existen vinculadas a lo territorial. Es más cuestionable, sin embargo, que eso signifique la necesidad de volcar todos los esfuerzos y poner el foco en un sujeto social indeterminado y multiclasista de tipo “ciudadano”, con todos los peligros que comporta de indefinición y volubilidad, con un techo muy claro que es el de la reforma democrática en lo político y medidas limitadas de alcance populista en lo económico-social. Es decir, sin disputar realmente poder al bloque dominante y sin capacidad de plantearse, más allá de lo discursivo, un horizonte socialista. Y es que es iluso plantearse a estas alturas la existencia de una burguesía nacional con intereses tan antagónicos a los de la burguesía monopolista y el imperialismo que sería susceptible de adherirse (o, al menos, de no oponerse activamente) a un proyecto hegemonizado por las clases populares. El antagonismo entre capital y trabajo siempre será más fuerte que cualquier conflicto interburgués.
El proyecto histórico socialista, que es lo mismo que decir el proyecto de superación del capitalismo, requiere de un análisis materialista, de clase y no meramente idealista de la realidad que se pretende transformar, una realidad que por muy fuerte que haya penetrado el neoliberalismo en las mentes y en las dinámicas sociales, sigue siendo una realidad escindida en clases.
Las tareas del momento
Planteamos la necesidad de orientar los esfuerzos militantes a la conformación de un sujeto popular protagónico plural: trabajadores, cuentapropistas, cesantes, dueñas de casa, estudiantes, pensionados…
Un sujeto capaz de dotarse de horizontes programáticos y de pensar con estrategia para alcanzarlos, identificando las fortalezas propias y los puntos débiles del enemigo, siendo capaz de asestarle golpes certeros y de acumular para un proyecto propio.
Un sujeto articulado en el plano territorial, pero con una fuerte identidad de clase, forjada en el trabajo y la lucha reivindicativa de las organizaciones populares, que constituyen la palanca fundamental para incrementar los niveles de conciencia, de organización, de participación y de lucha de las masas.
En esa labor creativa y multiplicadora, partiendo de las necesidades e intereses de los de abajo y estimulando su protagonismo, los sindicatos de trabajadores tienen un rol insustituible.
Aunque no podamos hablar, hoy en Chile, de una clase trabajadora fuerte y organizada, en su seno hay sectores que por su posición en el proceso productivo y en el conjunto del modelo de acumulación capitalista que prima hoy en Chile, constituyen su punta de lanza y están en condiciones de encabezar un proceso de recomposición del movimiento popular y de rearme político. Hablamos fundamentalmente de los trabajadores de los sectores estratégicos de la economía chilena, los ligados con los nodos principales de acumulación. Los trabajadores portuarios, mineros, forestales o pesqueros se han constituido, por sus niveles de organización, de combatividad y su rol central en el modelo, en un motor importante del despertar del movimiento popular, desde Arica hasta Punta Arenas, en uno de sus actores más dinámicos y con mayor capacidad de articulación. Sin embargo, también es crucial fomentar la organización de otros sectores de trabajadores por su número, subjetividad y/o importancia en la estructura económica.
Que quede claro, no estamos planteando un obrerismo de vía estrecha, ni despreciando el desafío que la acumulación de fuerza social ciudadana puede suponer para el modelo. Lo que cuestionamos son los límites de una estrategia que enfatice más allá de lo razonable la importancia de lo territorial, minimizando la cuestión de clase y descuidando el trabajo de recomposición sindical necesario para que el movimiento popular cuente con una fuerte presencia organizada de un mundo del trabajo que, como no podría ser de otra forma, continúa siendo la columna vertebral de la acumulación capitalista en Chile.
Mirando a Chile en el espejo de América
Pasando a abordar los ejes estratégicos para acumular fuerzas en esta coyuntura, ya que estamos en puertas de elecciones sería pertinente hacerse la siguiente pregunta: ¿puede ser la institucionalidad burguesa el espacio principal desde el cual acumular?
Quienes responden afirmativamente a esta pregunta no tienen lo suficientemente en cuenta, a la hora de echar toda la carne a la parrilla institucional, lo limitado de las potestades comunales (y su encuadre en un marco institucional mayor que condiciona a los ediles hasta atarlos a los límites de un posibilismo de corto alcance) y, en el plano nacional, la realidad del actual sistema binominal y los amarres constitucionales existentes, que hacen extremadamente difícil acceder a bancas parlamentarias sin recurrir a compromisos que desdibujan el programa… y ni siquiera mediante ellos. Son elocuentes los tremendos esfuerzos del Partido Comunista para conseguir un magro resultado de 3 diputados, recurriendo para ello a un pacto por omisión con la Concertación. No se trata de una derechización del electorado, sino de la poca consistencia democrática de la institucionalidad chilena y su blindaje contra las reformas, que hace sumamente impracticable la vía institucional para los cambios.
Pero ¿no se han conseguido en otros países de nuestra región cambios de fondo por la vía institucional?, nos preguntan compañeros que miran con esperanza algunos procesos del continente.
Comencemos señalando que nos parece saludable tener en cuenta otras experiencias, pero no podemos pasar por alto nuestras peculiaridades y condicionantes. Plantearse, hoy, cambios de fondo sociales y económicos en Chile, es toparse de frente con unas Fuerzas Armadas cuya oficialidad está vinculada con los grandes grupos económicos a través de toda clase de lazos. No es factible pensar en una evolución “a la venezolana”, con un sector militar progresista poniéndose a la cabeza de los cambios y neutralizando a los reaccionarios. Tampoco en el ascenso al gobierno por la vía electoral, al menos en el corto plazo, y por los motivos ya apuntados, de un instrumento político creado a tal fin por un sector del movimiento popular, como en Bolivia.
Es cierto que los factores que abrieron la puerta a esas evoluciones (la descomposición de los partidos tradicionales y el agotamiento y entrada en crisis del modelo de acumulación neoliberal) pueden repetirse también en el caso chileno en el corto o mediano plazo. El descrédito de la institucionalidad legada por la Constitución de Pinochet es cada vez mayor y Chile es un país extremadamente dependiente de los vaivenes de un mercado mundial que desde que estalló la crisis de las subprime se desenvuelve en una inestabilidad explosiva.
Trabajando con esa hipótesis, hay sectores de la izquierda que están apostando a la convocatoria de una Asamblea Constituyente y la conformación de instrumentos electorales de nuevo tipo. Otros siguen ilusionándose con una hipotética creación de un polo electoral con un programa antineoliberal que nunca se acaba de concretar.
La perspectiva de crisis política inminente puede ser correcta, pero lo que muchas veces se olvida a la hora de trazar los paralelismos es que en Bolivia y Venezuela fue la presión del movimiento de masas el que la precipitó, asestando golpes cruciales al modelo. El huracán popular llegó y barrió con todo. Hubo poco de acomodo en la institucionalidad existente previamente y mucho de ruptura con ella. No fue la estrategia electoral la predominante entre los campesinos cocaleros o los pobladores de los cerros caraqueños, punta de lanza de la ofensiva popular en sus respectivos países.
Por lo demás, es autoengañarse (y se trata de un engaño muy peligroso, que puede costar una derrota durísima) pretender que llegar al gobierno es tener el poder. En el caso de Venezuela o Bolivia los movimientos populares no están en el poder, lo están compartiendo, en equilibrio inestable y haciendo fuertes concesiones, con la burguesía y el imperialismo. Y ya sabemos que, en política, no existen los equilibrios permanentes. La mayor o menor fortaleza de dichos procesos de cambio descansa no tanto en el respeto de las vías institucionales adoptadas tras el forcejeo con los sectores políticos tradicionales sino en la claridad programática y fuerza de la que los movimientos populares han logrado dotarse. En la derrota de los intentos desestabilizadores de la derecha y del imperialismo el rol principal lo jugó el pueblo organizado y sus sectores más avanzados, también en lo que se ha avanzado en la soberanía sobre los recursos naturales, en mejoras educativas y sanitarias y en democratización.
Es preciso contar con un pueblo movilizado, consciente y organizado que sea capaz de derrotar en todos los planos a sus enemigos y para eso hace falta dotarlo de las capacidades necesarias, no desarmarlo políticamente haciéndole creer que para conseguir sus objetivos lo determinante es la vía electoral o que puede avanzar de forma sostenida sin enfrentarse con el bloque en el poder.
Hace falta que el pueblo mande, sí, pero el problema reside en cómo articular las fuerzas populares y dotarse de una estrategia adecuada para que este lema se haga efectivo.
Si queremos tener posibilidades de éxito frente al bloque dominante, la tarea principal es construir el movimiento popular capaz de hacer naufragar el modelo neoliberal, de desarticular las expresiones políticas de la clase dominante y de hacer frente con éxito a cualquier intento de recomposición por su parte. Y dotarnos de las herramientas políticas para contribuir a ese crecimiento del pueblo chileno organizado. La tarea no es imitar a nuestros hermanos venezolanos y bolivianos, es tomar su relevo y aprovechar este impulso, este rugido cada vez mayor que viene desde abajo, para llegar hasta donde ellos no han podido llegar: a desarticular por completo el poder de los capitalistas, forjando una nueva institucionalidad y poniendo la economía al servicio de las necesidades sociales. Ya es tiempo.
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