Congreso Social por un Proyecto Educativo, Santiago 2011 |
En los últimos años, los ciclos de movilización social han sido evaluados –por algunos- en función del impacto que logran generar sobre el devenir inmediato de la política nacional. Así por ejemplo, para la clase política, el éxito de Freirina es el cierre de la Planta de Agrosuper, o, la fuerza del movimiento estudiantil se extingue al momento de disminuir la tasa de interés, reformar los créditos o aumentar los fondos destinados a la educación municipal subvencionada.
A pesar de lo anterior, la irrupción, el quiebre, la fuerza de la consigna, la esperanza de la transformación, se han instalado, gracias a la organización y la acción en las calles, en el sentido común de la sociedad chilena. Podríamos revisar las estadísticas de las marchas, paros, huelgas (de hecho y de derecho), ocupaciones express y permanentes, cortes de calles y un largo etcétera, y compararlo con las dos últimas décadas en Chile, y sin duda que nuestra afirmación ganaría en fuerza. Sin embargo, hoy, este avance choca con una extraña sensación instalada en el interior del devenir cotidiano de los sectores organizados; completamos una y otra vez las calles del país, nos organizamos para paralizamos nuestras actividades, nos educamos y autoeducamos en búsqueda de recrear y comprender mejor nuestras luchas, sin embargo, nuestros avances no son capaces de completar nuestras expectativas.
Sin duda que este fenómeno tiene relación con el desarrollo natural de determinados procesos dentro de los movimiento sociales –etapas de acumulación de fuerza, de reconocimiento y construcción de ideas, de generación de estrategias de lucha-, sin embrago, es precisamente este hecho es el que nos obliga a revisarnos y evaluar hacia dónde y cómo avanzar con las fuerzas que vamos construyendo. Entender la organización y la movilización como procesos de formación, es quizás la idea fundamental que nos puede ayudar a utilizar nuestras fuerzas hacia la transformación real y profunda de las bases autoritarias y explotadoras del actual sistema de vida.
A pesar de lo anterior, la irrupción, el quiebre, la fuerza de la consigna, la esperanza de la transformación, se han instalado, gracias a la organización y la acción en las calles, en el sentido común de la sociedad chilena. Podríamos revisar las estadísticas de las marchas, paros, huelgas (de hecho y de derecho), ocupaciones express y permanentes, cortes de calles y un largo etcétera, y compararlo con las dos últimas décadas en Chile, y sin duda que nuestra afirmación ganaría en fuerza. Sin embargo, hoy, este avance choca con una extraña sensación instalada en el interior del devenir cotidiano de los sectores organizados; completamos una y otra vez las calles del país, nos organizamos para paralizamos nuestras actividades, nos educamos y autoeducamos en búsqueda de recrear y comprender mejor nuestras luchas, sin embargo, nuestros avances no son capaces de completar nuestras expectativas.
Sin duda que este fenómeno tiene relación con el desarrollo natural de determinados procesos dentro de los movimiento sociales –etapas de acumulación de fuerza, de reconocimiento y construcción de ideas, de generación de estrategias de lucha-, sin embrago, es precisamente este hecho es el que nos obliga a revisarnos y evaluar hacia dónde y cómo avanzar con las fuerzas que vamos construyendo. Entender la organización y la movilización como procesos de formación, es quizás la idea fundamental que nos puede ayudar a utilizar nuestras fuerzas hacia la transformación real y profunda de las bases autoritarias y explotadoras del actual sistema de vida.
En este contexto toma sentido los avances y la consolidación de la idea de construir un proyecto educativo nuevo, distinto, transformador, revolucionario, que se plasme en cada uno de los centros de estudios que habitamos día a día, y que, en un futuro, sea parte de las dinámicas de nuestros centros de trabajo, barrios y comunas.
De este modo, hoy la intención de pensar la movilización social desde la lógica de la construcción, implementación y triunfo de un proyecto educativo, es construir en el camino los fines por los que luchamos.
Experiencias de construcción y definiciones de ámbitos de desarrollo
La idea de avanzar en un nuevo proyecto educativo, ha sonado en el interior de movimiento social con fuerza desde el 2011. La avanzada de los estudiantes secundarios desde la ACES (2011), el desarrollo del Congreso Social por un Proyecto Educativo (2011), las definiciones al interior de iniciativas autónomas de autoformación de trabajadores de la Educación como la Escuela Sindical Permanente de Trabajadores de la Educación (2012) y los dos Encuentro por la Educación sostenidos por pobladores y vecinos organizados de la COPUSUR (2012), dan cuenta de un entendimiento y un trabajo común al interior de los sectores organizados.
Al mismo tiempo, el trabajo de autogestión de escuelas y liceos por parte de distintos colectivos y comunidades organizadas, han sido parte de este proceso. El trabajo realizado durante las movilizaciones del 2011 en los liceos tomados en diferentes regiones del país, la iniciativa que actualmente lideran un grupo de apoderadas en la Escuela República Dominicana, y, el trabajo en la Escuela Pública Comunitaria que han levantado los compañeros del colectivo Diatriba (2012), dan cuenta de los esfuerzos por prefigurar, construir, evaluar, ensayar y recrear cada una de las reflexiones que se han dado al interior del movimiento popular en el camino de construcción y acción de un nuevo proyecto educativo.
El trabajo de cada una de estas iniciativas ha avanzado en la construcción de un diagnóstico común que ha sido capaz de superar la critica a las deficiencias vinculadas al financiamiento, la inversión de recursos en educación, al mismo tiempo que ha ampliado las concepciones en torno a los procesos de democratización de las instituciones educativas. De este modo, el trabajo se ha desarrollado en función de determinadas áreas de trabajo. El análisis de las formas de financiamiento; la gestión y la administración de las escuelas; el rol de la comunidades educativas; las perspectivas de trabajo de los contenidos a aprender y la organización del curriculum; las metodologías y el rol docente, entre otras, han sido los ejes centrales de una serie de discusiones que en distintas partes del país han avanzado en el diseño de un Proyecto Educativo desde las bases.
Este trabajo se ha situado desde el reconocimiento y elaboración de una serie de consensos políticos e ideológicos. La construcción de una visión de ser humano y sociedad a formar desde la consideración de la educación como un espacio de transformación integral y crítica de los sujetos y del colectivo. Esto ha implicado que al momento en el que hablamos hoy de proyecto educativo al interior del movimiento social, hablamos necesariamente de un proceso de avance significativo en la sustitución de las bases ideológicas y los principios estructurales de los procesos educativos, pedagógicos y formativos que transcurren al interior de la escuela.
Proyecto Educativo: Desde la construcción a la disputa del modelo
Hoy el Proyecto Educativo se constituye en un proceso, una práctica y una perspectiva de acción política transformadora. Programáticamente pensar la movilización desde la construcción de un Proyecto Educativo, considera las luchas por la educación como una disputa revolucionaria en el sentido que instala una nueva lógica de relaciones entre los sujetos que conviven en los procesos formativos que suceden en las diferentes escuelas, liceos y universidad del país.
Esta idea es un avance significativo en los procesos de lucha político-social en Chile, en tanto permiten entender la movilización social dentro de un importante proceso de politización, explicitando el hecho que la educación en sí misma encierra un proyecto educativo propio, por tanto, lo que sucede en cada una de las escuelas, liceos y universidad del país, da cuenta de un proyecto de dominación político-cultural, el que debemos enfrentar desde esta misma lógica.
Hoy divisamos y dibujamos el camino que al mismo tiempo vamos construyendo. El proyecto educativo se levanta desde la consigna y avanza hacia la construcción de un programa de lucha que buscamos poner en práctica desde la (auto)formación, la reivindicación de nuestras demandas sectoriales y la construcción de una perspectiva pedagógica liberadora. El avance necesario hacia esta dimensión nos permite avanzar en nuestras luchas más allá de las demandas puntuales, de manera de pensar y orientar nuestras esperanzas y fuerzas hacia la consecución de nuestros objetivos.
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