La Unidad Popular
se convierte en gobierno
El 4 de septiembre de 1970 se vivió una situación inédita: la
Unidad Popular (coalición que agrupaba a los partidos de izquierda
tradicionales), vencía en las elecciones y asumía la Presidencia de la
República. Este hecho fue expresión de un cambio en la correlación de fuerzas,
en donde la burguesía en conflicto interno se presentó dividida al proceso
electoral (la Democracia Cristiana por un lado y el Partido Nacional por otro),
situación que fue aprovechada por la izquierda.
La UP intentó llevar adelante un ambicioso programa que hacia
explícitamente referencia a una transición al socialismo, el cual entre otros
puntos, abogaba por la nacionalización de las minas, la estatización de la
banca y de los monopolios comerciales e industriales considerados estratégicos
para la economía nacional (91 empresas), la profundización de la reforma
agraria, la implementación de una verdadera política de redistribución de los
ingresos, el reajuste de los salarios en función del costo de vida, etc. La nueva situación política generada con la llegada
al gobierno de la UP tuvo como una de sus consecuencias la ampliación de los
márgenes de actuación en los que hasta entonces se habían movido los
movimientos populares, desarrollándose nuevas formas de acción y organización que
involucraron a cientos de miles de chilenos tanto en el medio rural como en las
ciudades, y que adoptaron diversas formas, incluso extrainstitucionales.
Sin embargo, las clases dominantes y sus aliados
foráneos, no se quedarían de brazos cruzados viendo como el pueblo trabajador
adquiría cada vez más protagonismo. Las fuerzas reaccionarias implementaron un
plan de desestabilización que incluyó “todas las formas de lucha”; el sabotaje patronal de la producción, el
boicot económico y parlamentario de la derecha unificada, los atentados de
grupos fascistas como Patria y Libertad, el paro de octubre de 1972 encabezado
por 45.000 camioneros y los colegios profesionales (financiado por empresas y
el gobierno estadounidense a través de la CIA), y los ensayos golpistas como el
tanquetazo. Frente a esta ofensiva y virtual insurrección de la burguesía, el
“gobierno popular” se mostró vacilante, prevaleciendo en su seno una línea
estratégica que optó por el “gradualismo” y la conciliación de clases, dejando
un gran margen maniobra que la oposición no desaprovecharía.
El pueblo
trabajador, al calor de la lucha, forja un camino independiente y desde abajo
Mientras por arriba el gobierno era incapaz de frenar el avance
reaccionario, por abajo, el pueblo y los trabajadores comenzaban a tomar
conciencia de que debían cumplir un rol activo en el proceso.
Es así, como en los enclaves industriales de Santiago, pero
también de otras provincias, se desarrollaron los llamados "Cordones
Industriales", agrupaciones territoriales conformadas por trabajadoras y
trabajadores de diferentes industrias que buscaban defender y ampliar las conquistas
para su clase, de manera directa y colectiva. Los Cordones pelearon
conjuntamente por reivindicaciones, como el paso de sus industrias al Área de
Propiedad Social o el control obrero de la producción, e hicieron frente a la
embestida empresarial y a la reacción contra el proceso de cambio. Su rol fue
crucial para garantizar la continuidad de la producción y de la distribución, a
través de las Juntas de Abastecimiento y control de Precios (JAP) y de la
eliminación de intermediarios entre la producción y el consumo, y además para
proteger las instalaciones de las empresas así como la maquinaria y los
insumos. Su pujanza en áreas como Vicuña Mackenna, Panamericana o
Cerrillos-Maipú, lugares de enorme concentración industrial, demostró la fuerza,
el compromiso y la iniciativa adquirida por la clase trabajadora, para hacer
frente de manera directa a las dificultades que salían al paso en el camino
hacia el socialismo. Además, siguiendo el mismo principio, a nivel comunal, se
construyeron los denominados “Comandos Comunales”, instancias en donde la clase
obrera además se coordinaba con otros actores sociales, tales como pobladores y
campesinos.
En el medio rural, la lucha por la reforma agraria, que venía
ascendiendo desde los 60’s, tomó un gran impulso. Las tomas de terrenos al
latifundio por parte de campesinos sin tierra o empobrecidos se extendieron
como forma de lucha principalmente en el sur del país, y el sindicalismo
agrario alcanzó cotas de afiliación y de dinamismo nunca antes conocidas. En las
"corridas de cerco" que se multiplicaron al sur del Bio-Bio se
combinó la demanda por la tierra y la afirmación nacional mapuche. Mientras
tanto, el movimiento de pobladores, orientado por fuerzas revolucionarias
(sobre todo el MIR), desarrollaba interesantes experiencias de control
territorial ejercido desde la base, en diversos campamentos y tomas de sitios
de carácter urbano, en donde el ejemplo emblemático fue el “Campamento Nueva la
Habana”
Todas estas prácticas de Poder Popular, si bien surgieron como
respuesta a los ataques de la derecha, se convirtieron rápidamente en una
alternativa concreta de los sectores populares para dar solución a sus
necesidades más apremiantes, saltándose las trabas burocráticas del Estado y
obviando en los hechos la institucionalidad. La mayoría del gobierno no vio con
buenos ojos el desarrollo de estas iniciativas, puso obstáculos a su desarrollo,
e incluso entró en abierto conflicto con ellas. Ejemplo de esto, fue el intento de devolver a los patrones las numerosas empresas ocupadas por los
trabajadores durante el paro sedicioso de octubre, o la promulgación de la ley
de control de armas, que legitimó allanamientos diarios a fábricas, asesinatos
impunes de obreros, y que en definitiva desarmó al pueblo trabajador que estaba
dispuesto a luchar, dejándolo con las manos desnudas frente a los militares que
ya se sentían venir.
El legado de los
70’s: reivindicar la iniciativa popular
El 11 de septiembre de 1973 los militares apoyados por la
burguesía y el imperialismo estadounidense tomaron el control del Estado
derrocando al gobierno de la UP, e implantaron un modelo económico que hasta el
día de hoy nos priva de nuestros derechos más elementales. El terrorismo de
Estado desarticuló al conjunto del movimiento popular y sus organizaciones
políticas ensañándose con aquel pueblo fuerte y organizado que amenazaba los
privilegios de una minoría y desde cuyas entrañas emanaba una fuerza que
apuntaba hacia la construcción de nuevas relacionas sociales y económicas
antagónicas a la lógica de acumulación del capital. Miles de militantes
populares fueron “hechos desaparecer”, ejecutados, encarcelados y
exiliados.
La unidad en la acción de las fuerzas revolucionarias, la
democracia directa popular, el fomento de la participación y actividad desde la
base, el concebir el Poder Popular como un elemento estratégico (y no como una
táctica instrumental) que prefigure la sociedad que anhelamos construir, son
cuestiones que la generación que vivió, luchó y ofrendó su vida durante los agitados
años de la UP nos dejó como enseñanza. El debate estratégico entre los
revolucionarios en torno al tema del poder, el rol central que ocupa la clase
trabajadora en la construcción del socialismo y la espinosa discusión en torno
a los límites de la institucionalidad burguesa para avanzar en nuestras
luchas, son también debates a los cuales hay que darle respuesta y que emergen
a propósito del periódico que cerró el Golpe. Hoy, 40 años después, la
construcción de Poder Popular continúa siendo el eje central y estratégico de
quienes sabemos que la edificación de una fuerza social fuerte y cohesionada es
la mejor garantía para avanzar en nuestros objetivos y consolidarlos, teniendo
siempre como horizonte el Socialismo y la Libertad.
Espartaco Gatti
Publicado en el número 19 del periódico libertario "Solidaridad"
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