Este artículo fue escrito ayer mientras aún estaba en curso la marcha del millón, que sobrepasó con mucho las expectativas de todos. Desde entonces, el ejército ha mostrado su rostro al decir a los manifestantes que sus demandas ya habían sido escuchadas y que es hora de volver a la normalidad -¡como si el pueblo egipcio hubiera puesto 300 muertos solamente para que se le escuche! La coyuntura es crítica, el pueblo no quiere bajar la protesta y el ejército, o al menos su institucionalidad, ha dejado en claro que no permitirá que las protestas se prolonguen. Para ellos Mubarak y Obama han hablado: la transición se dará en Septiembre y ya está trazado el plan a seguir. Obviamente se busca la desmovilización para que esta transición sea lo más ascéptica posible y no incluya ninguna clase de presión popular. Queda por verse como reaccionarán los soldados rasos ante la predecible desobediencia civil y la continuación de las protestas. José Antonio Gutiérrez D. (02/02/11)
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¡Mubarak se va, nosotros nos quedamos!
Reflexiones en torno a las protestas de Egipto y el mundo árabe
Sin lugar a dudas, las espléndidas protestas y movilizaciones de masas que hoy agitan al mundo árabe, representa uno de los hechos más significativos desde el colapso de los llamados “socialismos reales” en 1989-1990. Podríamos decir que inauguran una nueva era para los pueblos de todo el mundo, no solamente por su radicalidad, sino que por la importancia estratégica del Medio Oriente en el escenario internacional. El alcance que estas movilizaciones pueden tener es insospechado.
Lo que se inició en Túnez como una protesta ante el costo de la vida, el desempleo y el precio de los alimentos, rápidamente escaló hasta convertirse en una demostración formidable de poder popular y de desafío en contra de dictaduras vetustas, bendecidas generosamente por los dólares del imperialismo francés y norteamericano. De ahí la protesta se extendió a Argelia, Jordania, Yemen y Egipto[1].
Este fantasma revolucionario que está asolando al mundo árabe ha hecho temblar a todas las dictaduras de la región, al punto que un connotado autócrata como el Rey Abdullah de Jordania, tras los primeros síntomas del descontento en ese país, cambió a su primer ministro como una manera para liberar un poco de presión antes de que las cosas estallen en su reino. Nadie está a salvo, ni siquiera el tambaleante regímen colaboracionista de Abu Mazen (M. Abbas), cuya “autoridad palestina” ha sido recientemente desemascarada en sus viles negociaciones a espaldas del pueblo palestino, gracias a wikileaks, como dispuesta a cederlo todo a cambio de nada. Este incierto escenario envía escalofríos a Washington, Tel Aviv, Bruselas, París, quienes durante décadas han confiado en que la mano dura mantendría a esa chusma árabe a raya.
Aunque uno pueda decir que estas movilizaciones han sido “inesperadas”, al menos en su extensión y profundidad, son parte de un profundo malestar que se viene acumulando desde hace décadas y que estaba esperando el momento propicio para reventar. Al menos en Egipto, estas protestas vienen a ser el corolario de un lustro de luchas locales y parciales, desde huelgas bastante militantes, hasta los dos pequeños levantamientos de Mahalla y Borollos en el 2008. Lo mismo es cierto en otros países de África del Norte donde el sindicalismo ha visto crecer su nivel de combatividad en los últimos años y donde la base militante ha ganado considerablemente en autonomía, a pesar de las dirigencias mansas. Si a esto sumamos el creciente malestar generado por la “Guerra contra el Terrorismo” y las agresiones imperialistas en Medio Oriente, así como la corrupción, la creciente pobreza y el desempleo, podemos ver que todas las condiciones para las protestas estaban dadas de hacía un tiempo, y solamente hacía falta la chispa que hiciera reventar este polvorín.
¡Mubarak se va, nosotros nos quedamos! ¿Hacia un “Argentinazo” egipcio?
Egipto ha sido conmovido por manifestaciones de la mayor envergadura, que van creciendo día a día. Hoy, 1º de Febrero, han sido mucho más de un millón de personas que se han movilizado para derrocar a Mubarak. Es de esperar que en los próximos días estos números sigan creciendo y que las manifestaciones callejeras se vean acompañadas de una gran huelga general. Estas movilizaciones no dejan de recordarnos a las que hace una década sacudieron al Consenso de Washington en América Latina, reconfigurando el panorama político regional, tumbando a más de un gobierno, y abriendo las puertas para experiencias bastante radicales de poder popular construido desde abajo en la lucha. Las consignas esgrimidas por los manifestantes parecen un eco del “¡Que se vayan todos!” que gritó el pueblo argentino al unísono en Diciembre del 2001.
Al igual que aquellas, estas protestas han sido impulsadas por el pueblo raso, sin organizaciones que lideren la creciente protesta, la cual resuena en casi toda la población, más allá de divisiones de credo, género, etáreas o de tradiciones políticas; incluso la clase media, y sectores de la élite, se han sumado a una protesta fundamentalmente alimentada por los sectores más empobrecidos de Egipto, trabajadores, desempleados, estudiantes.
El bloqueo de internet y de la telefonía móvil no ha impedido que la protesta vaya creciendo y que las noticias circulen por otros canales de comunicación, incluído el correo de boca en boca. La represión policial de los primeros días no logró contener a los manifestantes, pese a que se calcula que ya han muerto más de 300 personas. Es más, cuando algunos policías comenzaron a pasarse al lado de los manifestantes, Mubarak decidió sacar al ejército a la calle –pero las imágenes de confraternización con el pueblo en lucha no tardaron en darse. Aún ante la gran movilización convocada hoy, el ejército aseguró que no reprimiría a la población y que sus demandas eran legítimas: de acuerdo con ciertos oficiales norteamericanos, algunos oficiales adictos al régimen estarían jugando a desgastar la protesta mediante la inacción, pero esto es mera especulación. Lo real, de momento, es que el ejército no está reprimiendo y está entregando las calles a las movilizaciones. ¿Por cuánto tiempo? Eso es algo que no sabemos y sería un error que el pueblo egipcio se fiara demasiado en la naturaleza “nacionalista” de su ejército, pues a fin de cuentas, es un ejército alimentado desde Washington y como toda estructura de la clase dominante, su rol último es defender el status quo y no cambiarlo.
Lo cual no deja por ahora otra alternativa al alicaído Mubarak que probar ciertas reformas para enfríar la situación. Después de casi una semana de crecientes protestas cambiaba su gabinete y anunciaba su disposición a dialogar con la oposición, con miras a compartir ciertas cuotas de poder. De nada sirvieron estas concesiones de último minuto ante la voluntad de lucha de un pueblo furioso y agotado de aguantar su tiranía de tres décadas: el pueblo respondió incrementando la protesta hasta que se vaya, y le han dado como plazo, a más tardar, el viernes.
Era ya demasiado tarde para dar un giro en el timón: se había pasado el punto de no retorno. Ahora la discusión solamente puede ser en torno a la salida de Mubarak: hace unos minutos, él anunciaba en cadena nacional que no se presentaría a otro mandato y que trabajaría de aquí hasta Septiembre para lograr una transición pacífica. Queda por ver cuál será la reacción popular ante este anuncio, pero el pueblo egipcio sabe que no puede perder el empuje, y que si no es ahora, no es nunca. Podemos afirmar con certeza que este nuevo intento de desinflar al movimiento caerá en oídos sordos y será ahogado por la verdadera consigna del momento: ¡Mubarak fuera, ya! ¡No en Septiembre, ahora! Espontáneamente, las masas congregadas en torno a los televisores coreaban “Dios, Dios, que sea esta noche su última noche”.
La dimensión yanqui-sionista de la crisis: buscando el “cambio” cosmético
No es casualidad que entre las consignas que se gritan en la plaza Tahrir en El Cairo, epicentro de esta protesta, las menciones a Mubarak como un “cobarde” títere yanqui e israelí, sean dominantes, o que Mubarak sea representado en muñecos con dólares en los bolsillos y con estrellas de David en su traje y su corbata. Egipto es uno de los dos países en la región, junto a Jordania, que ha hecho un tratado de paz con Israel y es el segundo recipiente de cooperación militar por parte de los EEUU, echándose al bolsillo ni más ni menos que U$ 1.300.000.000 anualmente, solamente por este concepto.
Claramente los EEUU están preocupados por la situación actual. Sus declaraciones hipócritas de la semana pasada, diciendo que esperaban que Mubarak realizara reformas democráticas profundas no engañaron a nadie. No solamente estas demandas norteamericanas de reforma al régimen egipcio llegaron tres décadas tarde, sino que además su cinismo se evidencia por la sistemática ayuda militar que han dado a la dictadura de Mubarak, el cual jamás se habría mantenido en el poder por tanto tiempo sin el respaldo yanqui, y porque hasta hace poco, Washington no desperdiciaba oportunidad para lisonjear a su “fiel aliado” Mubarak, como Obama mismo lo demostró en su visita del 2009 a Egipto, o como cuando recibió a Mubarak en Septiembre pasado en Washington.
Por su parte, el primer ministro israelí, “Bibi” Netanyahu, ya ha expresado su preocupación por los sucesos de Egipto, país que ha sido clave en el bloqueo medieval de Gaza y el cual es su más firme aliado político y militar en la región. Israel no deja de ver con preocupación que un regímen egipcio que no sea considerado “amigo” tendría a su disposición un moderno ejército desarrollado gracias a la ayuda militar norteamericana durante varias décadas. De igual manera, la inestabilidad política regional está teniendo un fuerte impacto en la juventud de Gaza y Cisjordania, donde muchos jóvenes palestinos ven que el tiempo ha llegado para una nueva intifada. Según todos los cálculos, sea cual sea el régimen que se imponga en Egipto, habrá un serio revés para la política de bloqueo criminal en contra de Gaza, con todas las repercusiones que eso tiene para Israel y para la lucha del pueblo palestino.
Los EEUU han enviado a Frank Wisner, ex embajador y amigo personal de Mubarak, a comunicarle que ya pasó su cuarto de hora y que tras sopesar el costo político de mantener a su aliado, han terminado por convencerse de que su estrategia regional puede ser mejor servida por una limitada “apertura democrática”. El imperialismo, a fin de cuentas, no tiene amigos sino intereses. La necesidad de impulsar esta “apertura democrática” de manera controlada desde Washington ha sido enfatizada por diversos estadistas occidentales que han llamado a una transición “ordenada”, eufemismo utilizado para decir queremos que las cosas cambien cosméticamente, para que nada cambie en realidad. Los esfuerzos diplomáticos en este sentido parecen estar ya avanzados, y EEUU ha entrado en una fase de contactos frenéticos con sectores del ejército y de la oposición: la embajadora norteamericana en Egipto, Margaret Scobey, ya ha comenzado a comunicarse con el líder reformista Mohamed ElBaradei, el principal candidato para suceder en el poder al tirano Mubarak. Esperan, tal vez, generar así las condiciones para un cambio de régimen que garantice los intereses geopolíticos del imperialismo y del regímen sionista.
Lo que prefieren ignorar en estos malabares diplomáticos, es que millones de egipcios ya están en las calles y son ellos, en estos momentos, los cuales tienen la iniciativa en sus manos, y quienes pondrán los límites al proceso político que siga a la inminente caída de Mubarak. Obviamente, el pueblo egipcio está conciente de que su mensaje debe ser escuchado en Washington, pues allá es donde reside el amo, del cual Mubarak es solamente el perro: por ello la cantidad de carteles en inglés que se han visto en estas protestas.
Hacia un internacionalismo con renovados bríos
Esta protesta telúrica tiene amplias repercusiones en todo el mundo y deben llevarnos a re pensar los alcances de un nuevo internacionalismo en la era del capitalismo globalizado. Lo primero, y lo más evidente, es que estas protestas ocurren en dictaduras dóciles a los EEUU y que han colaborado de manera entusiasta con la “Guerra contra el Terrorismo”, lo cual ha significado una hábil excusa para suprimir a su propia disidencia doméstica. Por ello, significan un duro golpe a la estrategia de EEUU para el Medio Oriente, la cual está colapsando y cayéndose a pedazos. El golpe político que significaría la caída del principal aliado árabe de EEUU, Mubarak, se sumaría al golpe que ya han recibido en el Líbano con la caída de Hariri y el ascenso al poder de un primer ministro aliado de Hizbullah, amen de los golpes militares que han recibido incesantemente en Irak y Afganistán.
Intentarán, quizás, adaptarse a este escenario en transición, cambiando a Egipto como su pilar fundamental en el mundo árabe por Arabia Saudita, país con el cual EEUU está cerrando, en estos momentos, su mayor acuerdo comercial militar de todos los tiempos, con una venta de U$60.000.000 en aviones militares, más conversaciones que se vienen sosteniendo en lo relativo a sistemas de defensa anti-misiles y de renovación de su fuerza naval[2].
Pero más allá de las obvias implicancias que esta auténtica revolución tiene a la luz de la Estrategia geopolítica norteamericana para el Medio Oriente, el alcance internacional de estas protestas no puede ser minimizado si se considera que están enmarcadas en un cuadro de crisis global del capitalismo. No se trata acá de un mero excepcionalismo árabe como nos quisiera hacer creer la CNN. Estamos ante protestas cuyos orígenes se encuentran en un problema tan universal como es el precio de los alimentos, que fue el catalizador de magnas movilizaciones y protestas en el 2008 en lugares tan diferentes y distantes como Filipinas y Haití. Obviamente, en cada país las protestas asumieron un rostro y un carácter diferente, según las condiciones locales, pero los factores comunes que están operando son los cuales deberíamos develar para tener esa visión de conjunto del bosque que puede verse obscurecida por el particularismo de cada árbol individual.
El significado real de lo que ha estado pasando en el Norte de África puede apreciarse mejor si se toma un poco de perspectiva histórica, y entendemos este proceso, en última instancia, como parte de un proceso de luchas inconcluso, abierto en Argelia en 1956 en contra del colonialismo. Hoy se lucha en contra del neocolonialismo y del sistema político-económico que este engendra. Los pueblos tunecino, egipcio, argelino, etc. han demostrado con su lucha lo erróneo de esa caricatura paternalista y colonial, que permea a la izquierda occidental, de una población incapacitada de luchar por su “atraso político” (el cual estaría supuestamente arraigado en su cultura y religión). Han reafirmado su capacidad política y han demostrado que la lucha popular no es patrimonio de nadie más que de todos los pueblos del mundo, y que la lucha revolucionaria en Egipto tendrá características únicas y tendrá, necesariamente, que responder a su idiosincrasia. Aún cuando debamos aprender los unos de los otros, no debemos esperar que nuestras visiones se ajusten mecánicamente a la visión que surge en estos momentos de las luchas en Suez, Alejandría o El Cairo.
Las repercusiones de esta lucha deben ser necesariamente globales. El pueblo árabe está dando un ejemplo a seguir, no solamente para los otros países de la región, que es el mensaje que intentan entregar los medios de prensa con la clara intención de contener los alcances de esta protesta. Su ejemplo envía esperanzas a todos los pueblos del mundo y es un ejemplo a seguir en los cuatro puntos cardinales del globo, más allá de los particularismos que existen y de los discursos sobre los supuestos “choques de civilizaciones”.
Alcances y límites de la protesta espontánea
Como ya hemos afirmado, un elemento notable de esta nueva “Intifada”, es su carácter espontáneo. Sin lugar a dudas que la experiencia pasada de luchas fue cimentando el camino para estas nuevas protestas; sin lugar a dudas, la experiencia de solidaridad con la lucha del pueblo palestino y contra las aventuras imperiales en países como Irak y Afganistán cimentaron, ideológicamente, el rechazo de estos regímenes neocoloniales cómplices del imperialismo. Pero es también innegable que la protesta se desarrolló sin seguir un plan trazado de antemano y que las masas que se han tomado las calles en varios países árabes no responden a un centro ni a líderes carismáticos. Es la rabia, la frustración, el hambre lo que mantiene al pueblo en las calles, y es un sentido adquirido de su poder colectivo lo que las cohesiona en torno a la demanda de cambio de régimen.
Y este uno de los factores más importantes: que el pueblo en Egipto, en Túnez, en Argelia y en otros lugares, ha tomado conciencia de su poder. Y por primera vez en mucho tiempo han ejercido ese poder para convertirse en sujetos de su propia historia: ese es un cambio en sí revolucionario, y nada, después de estas protestas seguirá siendo igual, porque el pueblo se ha constituido en un actor político autónomo en derecho propio. Como dice un cartel que se vio durante las protestas egipicias, “Los egipcios ya probaron el gusto de la libertad. No hay vuelta atrás”.
Pero una cosa es ganarse la calle, y otra es tomar las riendas de los medios de producción, de las minas, de las fábricas, de las empresas, de las oficinas, de los talleres, de los supermercados. Ahí es donde se disputa la batalla definitiva la cual no es sino una batalla en contra del capitalismo, pues en última instancia este régimen, u otros que lo puedan reemplazar, tienen sus raíces clavadas en este modelo social y económico basado en la miseria y la desigualdad.
Quizás uno de los elementos más esperanzadores es que el pueblo, tanto en Túnez como en Egipto, ha formado comités populares de manera espontánea, las cuales se han convertido de facto en un doble poder, que se ha alzado frente y en contra la institucionalidad autoritaria. Gracias a la espontaneidad de la protesta, la creatividad popular se ha expresado sin cortapisas de ninguna clase y el “soberano” ha podido demostrar en plenitud su capacidad política. Pero también la espontaneidad, si bien ha permitido que esta nueva institucionalidad libertaria se desarrolle incipientemente, genera una limitación objetiva y es que, en ausencia de proyectos históricos que se traduzcan en programas revolucionarios, que puedan ser alternativas estratégicas al actual sistema político-social, la iniciativa espontánea de las masas apenas se desarrolla para cubrir el vacío de poder objetivo, pero no para proyectarse estratégicamente. Así, el doble poder se entiende como una táctica de lucha, pero no como el germen de la sociedad por construir. Cuando se da ese salto, se está ante un movimiento concientemente revolucionario.
Reflexiones parecidas ya hemos hecho anteriormente sobre la experiencia argentina[3] y boliviana a comienzos del siglo XXI, donde la iniciativa popular formó redes sociales horizontales, libertarias, un poder popular efectivamente emanado desde abajo, al margen del control estatal y en clara contradicción con éste, para que luego esta creatividad se canalizara en función de la conquista del viejo aparato estatal. Como expresábamos en un artículo del 2005 sobre Bolivia:
“un número de movilizaciones en los últimos años han tenido una radicalidad insospechada, han cuestionada en la práctica las bases mismas del sistema y han delineado mecanismos libertarios y populares de organización y lucha. Pero a la hora del momento de quiebre, la visión reformista (el Estado puede ser reformado, se requiere asamblea constituyente, se requiere nacionalización, como si todo esto fueran soluciones en sí mismas, o inclusive, pasos inevitables hacia tales soluciones) ha ganado terreno y se ha impuesto (…) Nuevamente, el pueblo boliviano parece no haber alcanzado una conciencia orgánica de que las soluciones a sus profundos problemas reposan solamente en ellos mismos, al margen de una institucionalidad diseñada para excluir a las mayorías y funcional a los intereses de las elites republicanas. Esta conciencia es lo único que puede dotar de proyección estratégica, y por tanto revolucionaria, a [sus] iniciativas [de organización durante la lucha].”[4]
El desafío no es menor: como hemos comprobado de manera igualmente dramática en Argentina, ante la ausencia de un programa revolucionario que de una salida definitiva a la crisis a favor del pueblo, el sistema, con todos sus políticos y empresarios detrás, se logra recomponer a mediano plazo, con sus instituciones fortalecidas tras la crisis. Con esto no queremos dar una receta, de la cual carecemos, sino que estamos, sencillamente, apuntando a los riesgos de la ausencia de un proyecto madurado por el pueblo en lucha, que lleva, forzosamente, a la restauración del viejo régimen que se pretende derrocar.
En el caso egipcio, al menos, el rol del ejército es visto a los ojos del pueblo como el de un árbitro, el cual puede dar una salida afín a los intereses populares a la actual crisis. Es necesario recalcar que ni en Egipto ni en ningún otro lugar del mundo la institucionalidad castrense juega un rol neutral o afín a un proyecto emancipador. Abandonar la solución política en las manos del ejército es un paso suicida. También ante el caso boliviano habíamos dicho entonces:
“Una crisis institucional y del sistema, que perpetúe la incapacidad burguesa para mantener una sociedad funcional, pero que devele la falta de madurez del proletariado para sacudir el yugo de su opresión de clase, trae consigo el riesgo del orden burgués vía manu militari. Históricamente, la ausencia de una clase organizada y fuerte, a la vez que conciente de su rol histórico, con proyectos que le representen íntegra y orgánicamente –da paso a los caudillos militares, sea de izquierda o de derecha (…) La falta de visión estratégica y revolucionaria hoy en una clase trabajadora y en masas populares que se sublevan y reclaman su derecho a la vida libre y digna, puede hacer aparecer el riesgo del caudillaje militar en un momento en que el poder de una clase se desvanece y el de otra comienza recién a delinearse. No hay que dejar de ver con un poco de preocupación que ciertos sectores de la izquierda boliviana no vean con malos ojos una salida cívico-militar a la crisis, o las declaraciones del almirante Aranda, que muestran una cierta predisposición a esta salida. Esto da más urgencia a la necesidad de un proyecto nacido en el seno de la clase trabajadora y que cuente sólo con sus propios medios.”[5]
La única lección que podemos compartir con nuestros compañeros en Egipto, es que no deben esperar soluciones desde los de arriba ni en los estrechos marcos de la institucionalidad vigente. Las únicas respuestas vendrán del mismo pueblo, que en su lucha ha ido creando su propia institucionalidad, la cual ha de ser modelo para su propio futuro. En esta lucha, es necesario que busquen un espacio para que los diversos actores sociales, políticos y religiosos que participan de esta protesta logren encontrar una base común, una plataforma básica, en torno a la cual reunir las demandas más sentidas del pueblo.
Y para encontrar ese pacto de lucha básico, enfrentan una carrera contra el tiempo, pues aunque las revoluciones se desarrollen en períodos relativamente proongados de tiempo, en los cuales el pueblo gana en experiencia de lucha y en el cual se acumulan tensiones, el período de crisis revolucionaria abierta, en la cual la realidad social se vuelva plástica, y en la cual la creatividad popular puede dar forma a una visión alternativa de sociedad, es relativamente corto. Desperdiciado ese momento, la iniciativa vuelve a los que monopolizan el poder; y en ese breve período de tiempo debemos aprender a hacer lo más posible para inclinar la balanza a favor del pueblo: “La historia es inmisericorde con el movimiento revolucionario, nunca ha esperado a que se constituya la vanguardia necesaria, la dirección correcta, a que la clase actúe como un solo bloque; no hay ningún asunto en soñar cómo podría haber sido el movimiento. Las revoluciones, las insurrecciones son lo que son y debemos aprender a canalizarlas en un sentido afín a los intereses populares.”[6]
La crisis está abierta; su resolución está ahora en manos del mismo pueblo egipcio, y dependiendo de lo que ocurra en los próximos días dependerá el curso que siga el efecto dominó en los países árabes. Los EEUU y los tiranos de la región, son concientes de la necesidad de parar esta escalada en algún punto. Podemos esperar que para ello apliquen todas las medidas diplomáticas y políticas necesarias, y que, si éstas no producen los resultados deseados, eventualmente no tardarán en recurrir a la fuerza bruta. Pero el pueblo egipcio tampoco parece dispuesto a ceder a ninguna clase de presiones. Los próximos días serán claves para el futuro de la región.
Lo que está claro, es que el pueblo norafricano y árabe se ha convertido en un actor político que ya no podrá seguir siendo ignorado. Pase lo que pase, ya han hecho historia.
José Antonio Gutiérrez D.
1º de Febrero, 2011
Pd. Al terminar estas notas, no puedo dejar de ocultar mi enorme alegría ante estos acontecimientos. Vivimos tiempos de aguda crisis y sentimos que las luchas en nuestro rincón del mundo no van necesariamente tan lejos como quisiéramos. Es por ello que esta nueva intifada nos devuelve el alma al cuerpo, nos llena de esperanzas ante el porvenir, en medio de las dificultades que vivimos, y nos recuerdan que las revoluciones comienzan donde menos se las espera. Lo único que podemos hacer mientras tanto, es prepararles el terreno donde sea que estemos.
[1] Sobre la rebelión de Túnez, puede revisarse el siguiente artículo http://www.anarkismo.net/article/18462 y la siguiente declaración http://www.anarkismo.net/article/18662 .
[2] http://www.lavanguardia.es/internacional/noticias/20101....html
[3] Sobre Argentina, revisar el artículo “Workers without Bosses” publicado en la revista Red & Black Revolution No. 8, 2004.
[4] http://www.anarkismo.net/article/1674
[5] Ibid.
[6] Ibid.
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